Hay veces que compramos como si fuera un abrazo. Pero cuando abrimos la bolsa… lo que encontramos es soledad con ticket.
Por Esteña Press
Todas nos endeudamos por amor alguna vez
(AUNQUE SEA AMOR PROPIO)
¿Y si ese gasto que juraste que era por autocuidado… en realidad era otra forma dedescuidarte?
¿Y si ese “me lo merezco” venía más de la angustia que del amor? Hay veces que compramos como si fuera un abrazo.
Pero cuando abrimos la bolsa… lo que encontramos es soledad con ticket.
No sos la única. Lo veo en cada charla, en cada mensaje, en cada mujer que me escribe después de leer el libro.
Muchas veces no gastamos por deseo.
Gastamos por vacío.
Gastamos para no pensar. Para anestesiar. Para sentir algo, aunque sea culpa después.
Una mujer me dijo una vez: “Me compré una cartera de lujo porque sentía que al menos algo en mí tenía que valer eso.” Y no la juzgo. La entiendo.
Porque nos enseñaron que cuidarse es comprarse algo. Pero cuidar nuestras finanzas también es una forma de cuidarnos. Una que no se va con el primer lavado. Una que no viene en cuotas. Una que no caduca a los 30 días.
No estoy diciendo que gastar esté mal. Estoy diciendo que hay formas de gastar que vienen desde un lugar que no queremos mirar.
Hay tarjetas reventadas que no dicen “me gusta comprar”, dicen “me estoy sintiendo sola”.
Hay cuotas sin pagar que no gritan “me compré un auto”, gritan “necesito sentir que valgo algo”.
Hay carteras nuevas que no dicen “me premié”, dicen “no sé cómo abrazarme de otra forma”.
La mayoría de las veces, no es un problema de plata. Es un problema de vínculo con la plata.
Porque si lo pensás bien… ¿cuántas veces dijiste “me lo merezco” después de una semana agotadora?
¿Y cuántas veces dijiste “me lo merezco” para ahorrar, para invertir, para decir que no?
Hay una narrativa instalada —y vendida en cuotas— que dice que cuidarte es comprarte algo, que sanarte es llenarte de paquetes, que quererte es gastar. Y yo me pregunto: ¿quién te hizo creer que el amor se paga con tarjeta?
Ese es el verdadero costo. No el de la blusa nueva.
El de que te hicieran creer que una blusa puede reemplazar un abrazo, una charla, una decisión importante postergada.
¿Y sabés cuál es el problema más profundo? Que a veces funciona.
Por un ratito. Por unas horas.
Comprás y te sentís mejor. Gastás y te olvidás del tema. Regalás algo y creés que el amor se asegura con un moño.
Pero después el gasto pasa, la emoción baja, y te queda la cuenta. Y la angustia. Y la peor parte: la culpa.
Porque ahora no solo estás triste o agotada.
Ahora además estás endeudada.
Y ahí empieza el ciclo: gasto para sentirme bien, me siento mal por haber gastado, vuelvo a gastar para tapar el malestar anterior. Ese looping tiene un nombre: autoboicot financiero emocional. Y no se sale con Excel. Se sale con conciencia.
Cuando yo lo entendí, cambié la pregunta.
Ya no me pregunto “¿me lo merezco?”
Ahora me pregunto:
¿Esto me acompaña o me tapa?
¿Esto me acerca a la vida que quiero o me distrae un ratito de la que tengo?
¿Esto me alivia o me posterga?
Invertir también es un acto de amor.
Ahorro para mí, para mi yo de mañana. Para mis hijas. Para no depender.
Para que no me pase lo que vi tantas veces: mujeres increíbles que no podían decidir nada
porque no manejaban la plata.
Eso también es amor.
Y también lo merecés.
Yo no estoy en contra de los gustitos. Estoy a favor del plan.
No digo que no gastes. Digo que gastes sabiendo por qué.
Digo que no pongas en la tarjeta lo que solo se resuelve con tiempo, con terapia, con amigas, con decisiones incómodas.
Todas nos endeudamos por amor alguna vez.
Aunque sea por amor propio.
Pero el amor, el real, no se paga con cuotas.
Se construye todos los días.
Y si vas a gastar, que sea en vos.
Pero no para taparte, sino para acompañarte.
Para que cuando mires tu cuenta, veas decisiones.
No excusas.
Para que cuando mires tu vida, digas: “acá no se fue la plata. Acá la invertí.”
Porque la plata va y viene.
Pero vos… vos te vas a quedar toda la vida con vos.
No naciste para juntar tickets. Naciste para construir tu libertad.