Lo he dicho mil veces, con media sonrisa y la esperanza entera: todo llega. Lo decía con fe de muchacho, creyendo que el mañana siempre sería mejor
Por Raúl Cohe
Todo llega
Lo he dicho mil veces, con media sonrisa y la esperanza entera: todo llega. Lo decía con fe de muchacho, creyendo que el mañana siempre sería mejor, que la paciencia tiene premio y que las cosas buenas llegan a quienes no se rinden. Tal vez aún lo creo. Pero con los años, ese “todo llega” empezó a sonar distinto.
Porque sí: todo llega.
Llega la carcajada convertida en llanto, el abrazo que antes era saludo y ahora es consuelo. Llega el silencio donde antes hubo ruido. Las mascotas que eran torpes y felices, ahora cojean. Duermen más. Las miramos dormir con una ternura cargada de miedo.
Llega también ese momento en que las viejas parejas dejan de doler, y en su lugar se instala una nostalgia suave. Nos remuerde más lo que no dijimos que lo que dijimos de más.
A quienes tienen hijos, un día les pasa también. Descubren, sin aviso, que sus hijos saltan más, entienden antes, los miran sobre el hombro. Y puede aparecer un dardo en el pecho. La certeza de que el tiempo, sin pedir permiso, empezó a cambiar las posiciones en la cancha.
Las amistades se refinan. La cantidad se reduce. Quedan las de mejores intenciones y las que saben conversar. Con ironía, con lucidez, con esa mezcla de humanidad, cariño y verdad que escasea. Los otros —los del ruido, lo coyuntural, la conveniencia— cambian, o decepcionan y empiezan a quedar atrás. Es natural, y tal vez bueno, que así sea.
Las salidas y los eventos, salvo excepciones, ya no tienen tanto de placer como de compromiso. Uno va, pasa lindo, sonríe, hace reír… pero también vuelve en cuanto puede.
Las dietas ya no son por estética: son por el hígado, la glucosa o lo que nos dio tal análisis. Tragamos pastillas, verduras y pescados para escaparnos, como podemos, de la estadística. El deporte se motiva mas en la supervivencia que la competencia. Mover y exigir para que el cuerpo no pase factura antes de tiempo, y no tanto para ganar.
Un día, sin darte cuenta, tenés un estante en la casa lleno de remedios que no son de venta libre. Fármacos con nombres raros, en cajas raras, de laboratorios raros.
La casa, esa aliada fiel, también cambia de rol. Pide arreglos, mantenimiento, decisiones. Y como todo lo que vale la pena, no basta con tenerla: hay que entenderla, cuidarla y defenderla con cariño
Y, aun así, hay margen para crecer. Para hacer y aprender cosas nuevas, para afilar lo que uno ya sabía. Para conocer personas maravillosas. Por el puro gusto de seguir vivo por dentro. Para compartir con la comunidad. Para no perder el asombro, ni la curiosidad.
Sigo diciendo “todo llega”. Pero ya no con la esperanza ingenua del que espera milagros. Lo digo con los dientes apretados del que ha visto y al que ya le han pasado unas cuantas cosas.
Porque lo importante no es querer que nada cambie.
Es aprender a querer todo de otra manera, cuando cambia.
Vivir, al fin, es eso: saber que todo llega.
Y tener el coraje —y cierta gracia— para estar ahí, cuando vaya llegando.