Los cambios sociales, como todo en la historia humana, suelen moverse en ciclos pendulares.
Por Raúl Cohe
La mirada woke:
entre el progreso y el dogma
Los cambios sociales, como todo en la historia humana, suelen moverse en ciclos pendulares. Una práctica, una idea o un comportamiento que parece incuestionable empieza a ser cuestionado por algunos; una chispa que, impulsada por factores tanto programados como casuales, enciende un movimiento. Lo que comienza como una voz aislada en el desierto se instala en la agenda pública, generando adhesiones, tensiones, y eventualmente, cambios en las estructuras sociales.
Sin embargo, el péndulo, cuando se mueve con demasiada fuerza, tiende a cruzar la línea del sentido común, alcanzando extremos que a menudo son tan problemáticos como aquello que se buscaba cambiar.
Tal vez vivimos el apogeo de uno de esos extremos: el fenómeno «woke». Proveniente de diversas minorías que históricamente han sentido el peso de la exclusión, el wokismo ha logrado instalar un lenguaje y una serie de comportamientos que, en muchos casos, apuntan a sensibilizar y corregir injusticias. Pero esta ola, (especialmente en ciertos países), ha comenzado a adquirir tintes casi religiosos: una férrea cultura de la cancelación, un discurso repleto de precauciones que elimina la franqueza y una sensibilidad exacerbada que limita la diversidad de pensamiento.
Llevado al exceso, el wokismo empieza a contradecir los valores humanistas que defendía la Ilustración: el predominio del razonamiento, el intercambio libre de ideas y la búsqueda del conocimiento basado en evidencias. En su lugar, se impone una nueva dinámica de dogmas, frases simplificadas que no admiten matices. Si no estás al 100% alineado, automáticamente eres señalado como enemigo del progreso.
Una cultura de la ofensa ha reemplazado el debate razonado.
Muchas grandes corporaciones han adoptado el discurso woke, abanderando causas como la diversidad, la sostenibilidad y la inclusión. Sin embargo, su compromiso parece limitado a aquello que no toca su estructura financiera. En un acto de alinearse con «todo lo bueno», han asumido el rol de árbitros morales, indicando qué temas deben ser vigilados y qué discursos son aceptables. Pero ya está sucediendo que algunas –por ejemplo Disney– empiezan a desandar camino.
El desafío que plantea este momento histórico no está en rechazar la idea de cambio social, sino en evitar que dicho cambio se convierta en un dogma. Necesitamos un equilibrio que permita corregir injusticias sin destruir el terreno común, donde las ideas pueden debatirse libremente.
Lo que está en juego es la posibilidad de construir un futuro que combine progreso con razonamiento, justicia con libertad, y diversidad con diálogo. ¿Seremos capaces de encontrar un punto de equilibrio antes de que el péndulo vuelva a oscilar con fuerza en sentido contrario? En muchas partes del mundo, esto está empezando a suceder. El tiempo, como siempre, será el juez.