Se habla de moda, de estilos, de tendencias… pero, ¿qué significa realmente ser libres a la hora de vestirnos?
Por Soledad Ordeix
¿Qué es la libertad al vestir?
Se habla de moda, de estilos, de tendencias… pero, ¿qué significa realmente ser libres a la hora de vestirnos? ¿Qué pasa cuando lo que llevamos puesto deja de ser un disfraz para encajar y se convierte en una expresión auténtica de lo que somos?
Vivimos en un mundo que, durante años, nos quiso a todos iguales. La uniformidad daba seguridad. Lo distinto incomodaba. Y aunque poco a poco eso empieza a cambiar, todavía queda mucho camino por recorrer. Porque animarse a ser diferente sigue siendo un acto de valentía. Y esa valentía no se limita a la ropa: atraviesa toda nuestra forma de estar en el mundo.
Desde niños nos enseñan el “deber ser”: cómo comportarnos, qué esperar de nosotros, cómo encajar. Se nos enseña a obedecer antes que a explorar. Pero pocas veces se nos invita a descubrir nuestra verdadera esencia. Y ahí está la raíz: nuestra imagen no es algo superficial, es nuestra carta de presentación. Lo que elegimos ponernos habla de cómo nos vemos, de cómo nos sentimos y, muchas veces, de cuánto nos animamos a mostrarnos sin máscaras.
Durante la adolescencia el deseo de pertenencia pesa más que cualquier otra cosa. Copiamos lo que usa el grupo, repetimos la estética de moda, nos disfrazamos de iguales. Porque diferenciarse es llamar la atención, y en sociedades conservadoras eso no siempre está bien visto. ¿Cuántas veces apagamos nuestro brillo por miedo a la mirada ajena?
El tiempo me enseñó algo: vivir pendiente de la aprobación externa es vivir atrapado. Los mandatos, las exigencias, las críticas, nuestras propias inseguridades… todo se vuelve un muro invisible que nos condiciona. La moda puede ser un juego maravilloso, pero solo cuando dejamos de usarla como uniforme y empezamos a usarla como herramienta de expresión.
Y aquí hay un punto clave: no se trata de estar en contra de las tendencias, sino de usarlas a nuestro favor. La moda inspira, pero el verdadero desafío es cómo la filtramos, cómo la hacemos nuestra, cómo la transformamos para que no nos convierta en copias ni en maniquíes de vidriera.
Porque no es solo ropa. Lo que vestimos impacta en nuestra confianza, en nuestra autoestima, en cómo nos paramos frente al mundo. No se trata de tener “el último modelo”, sino de vestirnos de una forma que nos devuelva poder, coherencia, autenticidad.
Por eso hoy te invito a una pregunta sencilla pero poderosa: ¿Cuando elegís tu ropa, lo hacés desde la libertad, o desde el miedo al qué dirán, la necesidad de pertenecer o tus propias inseguridades?