A todos ellos, que tal vez nos acompañan apenas unos minutos o unas horas, les debemos instantes de gloria, de risa nerviosa, de vulnerabilidad, de adrenalina pura.
Las que enseñan a empezar

Son esos que, sin grandes discursos ni solemnidades, nos acompañan cuando hacemos algo por primera vez. Los que ajustan un arnés y dicen «no te preocupés, confiá en mí» antes de correr juntos hacia el vacío en un parapente. Los que nos atan a un instructor de paracaidismo y, sin demasiada ceremonia, nos hacen olvidar que estamos a punto de saltar de un avión en marcha. Los que nos suben a un caballo y, con una palmada en la montura, nos convencen de que el animal no nos va a tirar en la primera curva. Los que nos pasan un cinturón de plomo y una botella de aire en la espalda y nos dan el visto bueno con un gesto de la mano antes de la primera inmersión.
Son los que, en un destino de playa, enseñan a surfear y los que, en la montaña, muestran cómo clavar los crampones en el hielo. Son los que, con una guitarra en la mano, nos hacen sacar la primera melodía, nos enseñan a tirar con arco y flecha, o se bancan que los pisemos mientras intentamos dar los pasos básicos de un baile típico y nos hacen sentir que, con un poco más de práctica, podríamos engañar a cualquiera. Son los que nos muestran cómo es el yoga cuando nunca habíamos pensado que nuestro cuerpo pudiera estirarse de esa manera.
A todos ellos, que tal vez nos acompañan apenas unos minutos o unas horas, les debemos instantes de gloria, de risa nerviosa, de vulnerabilidad, de adrenalina pura. A muchos quizás nunca volvamos a verlos, pero el recuerdo de lo que nos hicieron vivir se queda para siempre. Porque nos vamos a olvidar el menú del gran restaurante, tal vez confundamos rostros de recepcionistas y mozos, pero nadie olvida con quién fue la primera vez que flotó en el aire, que atravesó un bosque a caballo o que logró ponerse de pie sobre una tabla en el mar.
Cuando la temporada baja el telón y cada uno vuelve a su vida, el aplauso suele ir para otros. Pero sin ellos, sin los que enseñan a empezar, el turismo serían postales sin historia. Y nadie viaja para ver postales. Se viaja para vivir, para sentir, para buscar lo inolvidable. Y lo que recordamos, en el fondo, no es el destino en sí, sino lo que nos atrevimos a hacer en él.
Ofrezcamos cada vez más experiencias. Gracias a todos ellos.