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Las que enseñan a empezar

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A todos ellos, que tal vez nos acompañan apenas unos minutos o unas horas, les debemos instantes de gloria, de risa nerviosa, de vulnerabilidad, de adrenalina pura.

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Las que enseñan a empezar

En el cierre se habla mucho de la temporada; del turismo como motor de la economía. Se aplauden los números, se reconoce y premia el esfuerzos de hoteleros, gastronómicos, transportistas. Y está bien, porque sin ellos el engranaje se atascaría. Pero hay otros, cuyas historias no figuran en los informes, que no tienen un restaurante con su nombre en la puerta ni un uniforme con el logo de una cadena, pero se nos meten en el alma. Son los que nos enseñan a empezar.

Son esos que, sin grandes discursos ni solemnidades, nos acompañan cuando hacemos algo por primera vez. Los que ajustan un arnés y dicen «no te preocupés, confiá en mí» antes de correr juntos hacia el vacío en un parapente. Los que nos atan a un instructor de paracaidismo y, sin demasiada ceremonia, nos hacen olvidar que estamos a punto de saltar de un avión en marcha. Los que nos suben a un caballo y, con una palmada en la montura, nos convencen de que el animal no nos va a tirar en la primera curva. Los que nos pasan un cinturón de plomo y una botella de aire en la espalda y nos dan el visto bueno con un gesto de la mano antes de la primera inmersión.

Son los que, en un destino de playa, enseñan a surfear y los que, en la montaña, muestran cómo clavar los crampones en el hielo. Son los que, con una guitarra en la mano, nos hacen sacar la primera melodía, nos enseñan a tirar con arco y flecha, o se bancan que los pisemos mientras intentamos dar los pasos básicos de un baile típico y nos hacen sentir que, con un poco más de práctica, podríamos engañar a cualquiera. Son los que nos muestran cómo es el yoga cuando nunca habíamos pensado que nuestro cuerpo pudiera estirarse de esa manera.

A todos ellos, que tal vez nos acompañan apenas unos minutos o unas horas, les debemos instantes de gloria, de risa nerviosa, de vulnerabilidad, de adrenalina pura. A muchos quizás nunca volvamos a verlos, pero el recuerdo de lo que nos hicieron vivir se queda para siempre. Porque nos vamos a olvidar el menú del gran restaurante, tal vez confundamos rostros de recepcionistas y mozos, pero nadie olvida con quién fue la primera vez que flotó en el aire, que atravesó un bosque a caballo o que logró ponerse de pie sobre una tabla en el mar.

Cuando la temporada baja el telón y cada uno vuelve a su vida, el aplauso suele ir para otros. Pero sin ellos, sin los que enseñan a empezar, el turismo serían postales sin historia. Y nadie viaja para ver postales. Se viaja para vivir, para sentir, para buscar lo inolvidable. Y lo que recordamos, en el fondo, no es el destino en sí, sino lo que nos atrevimos a hacer en él.

Ofrezcamos cada vez más experiencias. Gracias a todos ellos.

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