Engaños telefónicos y desfalcos millonarios de grupos de inversión, amenazan nuestra cultura de confianza esa que tanto define a Uruguay.
Por Raúl Cohe
La Confianza Social como Patrimonio:
Un Valor que Debemos Proteger
Uruguay ha sido tradicionalmente un país de gran confianza social, un activo invaluable que no solo define nuestras relaciones cotidianas, sino que también es reconocido y apreciado por quienes nos visitan y eligen radicarse aquí. En un mundo donde la desconfianza rige muchas interacciones, nuestro país sigue siendo un refugio de trato directo, acuerdos de palabra y vínculos basados en la buena fe. Sin embargo, en los últimos meses, una serie de estafas de gran magnitud —desde engaños telefónicos del “cuento del tío” hasta desfalcos millonarios de grupos de inversión— han sembrado dudas y escepticismo, amenazando con alterar esa cultura de confianza que tanto nos define.
La desconfianza no es solo un problema económico y jurídico; es un fenómeno que impacta profundamente la calidad de vida y la experiencia de habitar un lugar. Los extranjeros destacan con admiración la seguridad que sienten al dejar a sus niños jugando en la calle, la tranquilidad de cerrar un acuerdo con un apretón de manos y la calidez de una comunidad donde la buena voluntad aún prima sobre la sospecha. No hay mejor carta de presentación para una sociedad que esa sensación de transparencia y previsibilidad, donde las personas pueden interactuar sin la carga de la desconfianza permanente.
Sin embargo, si permitimos que la desconfianza se instale, desde la escala macro hasta la escala humana —y hay quienes parecen estar promoviendo esa idea—, el deterioro será progresivo y silencioso. Lo que hoy es un entorno amable y confiable puede transformarse en una sociedad donde cada transacción requiera garantías adicionales, cada palabra deba ser documentada y cada vínculo humano se contamine de dudas. En países donde esto ha sucedido, la burocracia se multiplica, la espontaneidad desaparece y el costo de hacer negocios, vivir y hasta compartir se encarece. En consecuencia, la calidad de vida desciende drásticamente.
Uruguay no puede permitirse perder su confianza social, porque es una ventaja competitiva tanto para quienes viven aquí como para quienes llegan desde el exterior en busca de una mejor calidad de vida. Cuidarla significa exigir transparencia y firmeza en los procesos judiciales, fortalecer la responsabilidad institucional, pero sobre todo, sostener con nuestras acciones cotidianas esa forma de ser noble que nos distingue. No es solo una cuestión de economía o seguridad: es la clave para seguir siendo un país donde la confianza continúe siendo parte de nuestra identidad.