¿La propuesta? Dar un paso más hacia nuestra mejor versión como líderes, integrando de manera más equilibrada nuestras energías femenina y masculina.
Por Julieta Sullivan
Hablemos de Liderazgo
El equilibrio entre lo femenino y lo masculino
Bienvenidos una vez más a nuestra serie "Hablemos de Liderazgo", un espacio donde venimos reflexionando juntos sobre el impacto real de un liderazgo más consciente, más humano y más alineado con los desafíos actuales.
Hoy quiero hacerte una invitación que quizás suene un poco rara. Pero te pido que me acompañes hasta el final, a ver si te hace sentido. ¿La propuesta? Dar un paso más hacia nuestra mejor versión como líderes, integrando de manera más equilibrada nuestras energías femenina y masculina. ¿A qué me refiero con esto? Vamos desde el principio.
Durante siglos, las mujeres estuvimos mayormente ligadas a la esfera privada, al cuidado del hogar y de las personas que habitaban en él. Allí fuimos desarrollando ciertas habilidades que hoy reconocemos como parte de la energía femenina: empatía, escucha, flexibilidad, colaboración, sensibilidad. Mientras tanto, los hombres ocupaban la esfera pública: la política, la economía, el trabajo. Allí se necesitaban cualidades como la fuerza, la lógica, la capacidad de tomar decisiones rápidas, de establecer límites, de asumir riesgos. Todo eso fue formando lo que hoy llamamos energía masculina.
Ambas energías —vale aclarar— no tienen nada que ver con ser hombre o mujer. Son parte de todos nosotros. Y cada una tiene un enorme valor. Como bien plantea Mercé Brey en su libro Alfas & Omega, lo que necesitamos no es elegir entre una u otra, sino aprender a integrarlas.
El punto es que, durante mucho tiempo, el liderazgo se pensó y se ejerció desde una lógica casi exclusivamente masculina. Incluso hoy, en la mayoría de las organizaciones, se sigue premiando ese tipo de liderazgo: firmeza, dirección, acción. Y, sin darnos cuenta, dejamos afuera cualidades igual de valiosas para liderar en un mundo tan complejo como el de hoy: la empatía, la escucha, la flexibilidad, la capacidad de conectar, de ver al otro.
Por eso esta invitación. La misma que nos propone Mercé. A animarnos a integrar. A abrazar esa parte más decidida, orientada al logro y a los resultados, pero también a dar lugar a esa otra parte que cuida, que escucha, que colabora. Porque cuando logramos ese equilibrio, algo cambia. En nosotros, en nuestros equipos, en las organizaciones que lideramos y en la sociedad en general.
Creo profundamente que el liderazgo que viene —el que ya muchas y muchos están practicando— es un liderazgo más completo. Uno que no se pelea con las emociones, ni con la lógica. Que no elige entre sentir o hacer, sino que se permite ambas cosas. Y desde ahí, lidera con más impacto, más coherencia y más humanidad.