Un paro cardíaco es una carrera contra el tiempo. Cada minuto sin reanimación reduce drásticamente las posibilidades de sobrevivir.
Por Raúl Cohe
¿DÓNDE ESTÁ EL DESFIBRILADOR MÁS CERCANO?
Un desfibrilador cuesta unos 1.800 dólares y puede pagarse en seis cuotas. La compra incluye una capacitación general en primeros auxilios y el aprendizaje específico para su uso. Vale menos que muchos equipamientos que todos consideramos normales para una casa, pero es el único capaz de salvar una vida.
Un paro cardíaco es una carrera contra el tiempo. Cada minuto sin reanimación reduce drásticamente las posibilidades de sobrevivir. La única combinación que cambia ese destino es la RCP inmediata y la desfibrilación temprana. Por eso instalar más desfibriladores externos automáticos (DEA) en lugares públicos, capacitar al personal y registrarlos en la aplicación CERCA no es un detalle: es una responsabilidad colectiva.
El DEA está pensado para que cualquiera pueda usarlo. Una voz guía al usuario, detecta si hay una arritmia grave y solo permite la descarga si corresponde. No hay posibilidad de equivocarse. Sus baterías duran alrededor de cuatro años sin necesidad de recarga ni conexión, y su indicador luminoso debe titilar de forma periódica para confirmar que está operativo. Igual de importante que contar con uno, es saber que hacer mientras llega.
La capacitación en RCP es el otro pilar. Mientras alguien trae el DEA, otro debe iniciar compresiones torácicas. El masaje cardíaco es simple, pero requiere práctica y decisión. Cada centro comercial, gimnasio, comisaría, estación de servicio, oficina, institución ediucativa, debería asegurarse de que su gente sepa actuar. La escena ideal es la de una comunidad que responde en cadena: llamar al 911, iniciar RCP, acercar un desfibrilador, usarlo, sostener RCP.
Aquí entra en acción CERCA, la app que localiza el DEA más próximo y que todos deberíamos tener en nuestro celular. Muchas veces el equipo está a pocos metros, pero nadie lo sabe. Registrar los equipos en CERCA es vital para que esa red funcione. Tras comprarlo, hay que mantenerlo accesible, operativo y registrado.
En Uruguay contamos con normativa pionera, pero el cumplimiento es desigual. Hay locales que cumplen de forma ejemplar y otros que esconden el equipo, lo ponen bajo llave u olvidan revisarlo. Chequear que la luz titila debiera ser natural, y si vemos que no está bien, avisar.
No alcanza con cumplir la ley “porque es obligatorio” ni exhibir el aparato en la pared sin verificar su estado. El compromiso es entender que detrás de cada desfibrilador hay una vida que puede depender de él en cualquier momento.
Nuestra región, por su escala, puede marcar la diferencia. Podemos aspirar a que cada espacio público cuente con un DEA visible y registrado, y que la mayoría de los ciudadanos sepa RCP. La diferencia entre tragedia y vida depende de minutos. Y los podemos garantizar con responsabilidad, cultura ciudadana y ganas de cuidar a los demàs.
Una vida puede depender de un gesto tan simple como revisar que una pequeña luz esté titilando, y aprender como se procede ante una crisis.