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¿Por qué, si me cuido tanto, tuve una ACV?

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Cuando Roberto ingresó al consultorio, ya sabía que no podría darle una respuesta simple a sus difíciles preguntas.

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¿Por qué, si me cuido tanto, tuve una ACV?

Cuando Roberto ingresó al consultorio, ya sabía que no podría darle una respuesta simple a sus difíciles preguntas. Tiene 68 años, no fuma, realiza ejercicio periódicamente, come sano, no tiene sobrepeso y está muy pendiente de su cuerpo. Desde hace algunos años toma, religiosamente, pastillas para la hipertensión arterial. Hace 3 meses tuvo un episodio de disartria, una falta de coordinación en los músculos relacionados con el habla, que le dificulta expresar lo que piensa. Es decir, tuvo un ACV (accidente cerebrovascular), aunque sin que le deje ninguna secuela.

Vino a verme solo para preguntarme por qué, si hizo todo bien, si su corazón y sus arterias carótidas no tenían alteraciones importantes, tuvo una de las enfermedades más temidas en la actualidad, no solo por la mortalidad sino por la incapacidad que genera.

Hablamos mucho. Mientras me contaba su historia, un monitor multiparamétrico le tomaba la presión arterial cada tres minutos. Lo fui llevando por distintos momentos de su vida tocando temas sensibles, angustiantes y otros reconfortantes. Al final hizo un ejercicio de respiración a modo de relax.

En el momento que lo llevé al estado emocional que tenía 48 h antes de su ACV, se sorprendió y me contó las discusiones que estaba teniendo con su socio, después de 30 años de estar juntos. Claramente estaba en una crisis de estrés. Pero, por su personalidad de aparente tranquilidad, nadie de su entorno se dio cuenta de ese estado emocional de bronca e ira contenida que tenía.

Fue muy notorio ver cómo le subía la presión arterial al recordar ese momento de estrés previo al ACV, o al hablar de lo que le preocupaba en la actualidad; y también cómo le bajaba la presión en los momentos de relajación y con ejercicios de respiración.

Le expliqué que no podía saber con precisión qué fue lo que pasó en la arteria cerebral culpable del ACV. Que no parecía ser un émbolo que viajó del corazón ni de las carótidas. Que quizás haya sido una ruptura de una pequeña placa de ateroma, situación predisponente para que un coágulo se deposite en ella.

En una situación de estrés no solo nos aumenta la presión arterial; también se elevan los niveles de cortisol, azúcar en sangre, y existe mayor facilidad para hacer coágulos. La respuesta del cuerpo al estrés es siempre la misma. Lo que cambia es la magnitud de la respuesta.

Le demostré con el monitor multiparamétrico que las emociones influyen mucho en la hipertensión arterial. Y que quizás, en el momento del ACV, no estaba haciendo todo bien, porque tenía un mal gobierno de sus emociones.

Entender este concepto es clave: tener hipertensión en una situación de estrés, no es hipertensión emocional, es un hipertenso mal controlado.

La enfermedad cardiovascular sigue siendo la causa número uno de mortalidad en occidente, y de los factores de riesgo cardiovasculares tradicionales, la hipertensión arterial es la principal protagonista cuando hablamos de ACV. Y es el factor de riesgo cardiovascular más susceptible a los estados emocionales.

Roberto lo entendió. Nos dimos un abrazo y ambos quedamos más tranquilos.

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