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El rescate del Graf Spee y la justicia que nunca llega

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Hablar con Alfredo es como abrir un libro sin índice y sin final. En una hora de charla puede llevarte desde la Constitución de 1830, hasta el TikTok que subió esta semana.

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ALFREDO ETCHEGARAY

El rescate del Graf Spee y la justicia que nunca llega

Hablar con Alfredo es como abrir un libro sin índice y sin final. En una hora de charla puede llevarte desde la Constitución de 1830 –redactada, según cuenta, por su tatarabuelo Clodomiro de Arteaga– hasta el TikTok que subió esta semana. Puede hablar de buceo, de filatelia, de historia naval, de yoga, de danza clásica, de nutrición y hasta de tribunales internacionales. Puede citar la ley de 1975 que regula los rescates marítimos en Uruguay, o recitar una frase que leyó en la entrada del campo de concentración de Auschwitz: «Quien olvida el pasado está condenado a repetirlo».

Etchegaray dice que a los 70 años está «más joven que nunca». Hace deporte todos los días, come sano, respira con técnica y predica tres pilares que considera fundamentales para cualquier proyecto: «pasión, perseverancia y paciencia». Habla cinco idiomas, investiga desde que tiene uso de razón, ayuda a su hermano en el Museo del Libro y en el del Mar –proyectos familiares que reúnen más de 250.000 piezas entre libros, conchas marinas, insectos y objetos históricos–, y promueve el World Peace Museum, un museo online que recopila tragedias y errores de la humanidad para invitar a la reflexión.

Sin embargo, hay un tema que lo atraviesa desde hace más de cuatro décadas, y es el rescate del Graf Spee, el acorazado alemán hundido frente a las costas de Montevideo en 1939. Es que Etchegaray lideró la operación que en 2006 extrajo (entre otras piezas de menor valor económico pero de alto valor histórico) el águila de bronce de 350 kilos con la esvástica bajo sus garras, símbolo polémico que, al concretar el rescate, costeó de su propio bolsillo para que se instalase en el Hotel Palladium de Montevideo. Etchegaray se hizo cargo de los costos de la vitrina de acrílico que la protegía, el transporte, el seguro y hasta un guardia permanente, con el objetivo de que cualquier persona pudiera verla de forma gratuita. La exhibición duró un mes hasta que, debido a presiones políticas, la pieza fue retirada y quedó almacenada bajo una lona en un depósito estatal.

La ley de 1975 (Decreto 14.343), reglamenta los rescates marítimos en Uruguay. Establece que quien recupere un bien de un naufragio, tras declararlo y obtener autorización, tiene derecho al 50% de su valor, mientras que el Estado se beneficia del otro 50%. Esa fue la norma que amparó la operación que en 2006 rescató el águila de bronce. Sin embargo, y hasta el día de hoy, no se ha cumplido con la indemnización correspondiente. «El daño producido por el Estado está consagrado en el artículo 24 de la Constitución, y ese reclamo no expira». Según explica, sus acciones legales han sido constantes desde el primer día, tanto en Uruguay como a nivel internacional. «Puede haber caducidad respecto a un trámite puntual, pero yo tengo cien caminos más para reclamar. Incluso hay tribunales internacionales que están a la espera, pero no puedo iniciar procedimientos afuera hasta agotar todas las vías nacionales».

 

Actualmente, el núcleo de su reclamo es la reparación del daño causado por el incumplimiento del Estado. «Se violó un contrato, una ley, la Constitución y tratados internacionales. Pedimos la división de condominio, como corresponde: mitad para el Estado, mitad para nosotros. Pero lo que hicieron fue apropiarse del 100%, y eso es enriquecimiento ilícito».

Etchegaray recuerda también otro episodio que, para él, evidencia la falta de cuidado estatal: en 2004, dos años antes de recuperar el águila, se extrajo el telémetro del Graf Spee –otro objeto histórico pero de menor valor–. El telémetro fue llevado sin previo aviso, exhibido sin custodia, y vandalizado. Para el empresario, esa negligencia refuerza el argumento de que el Estado no ha cumplido su deber de proteger el patrimonio.

Actualmente, el reclamo económico asciende a 25 millones de dólares, cifra basada en tres tasaciones independientes del águila que ubican su valor entre 40 y 60 millones de dólares. Etchegaray asegura que todavía hay espacio para negociar: “El Estado podría conciliar y acordar un monto menor. Pero, como siempre, maneja tiempo y dinero ajenos, tiende a dilatar todo en lugar de resolver de manera pragmática”.

Mientras tanto, distintos proyectos para dar un destino cultural a la pieza siguen sobre la mesa. Algunos proponen la creación de un museo en Punta del Este, otros plantean su cesión a instituciones en Alemania. Para Etchegaray, el concepto es claro: «No se trata de hacer negocios, se trata de respetar un trabajo de cuarenta años y aprovechar una oportunidad educativa, histórica y cultural única. Nada más fácil que ser generoso con el trabajo y el dinero ajeno. Pero aquí lo que hay que hacer es justicia».

Historia y recuperación

El Graf Spee fue un famoso crucero pesado de la Kriegsmarine (la marina de guerra alemana) durante la Segunda Guerra Mundial. Su nombre completo era «Admiral Graf Spee» y fue bautizado en honor al almirante Maximilian von Spee, quien comandó la escuadra alemana en la Batalla de las Malvinas en 1914.

El Admiral Graf Spee era uno de los barcos más modernos de la marina alemana en ese momento. Su misión principal era atacar y dañar las rutas de suministro del Reino Unido en el Atlántico Sur. Durante la guerra, se destacó en la Batalla del Río de la Plata (13 de diciembre de 1939), una de las primeras grandes confrontaciones navales de la Segunda Guerra Mundial.

En esa batalla, el Graf Spee fue atacado por una fuerza conjunta británica, compuesta por los cruceros HMS Exeter y HMS Ajax, junto con el HMS Achilles. Aunque el barco alemán infligió daño a las fuerzas británicas, sufrió daños graves y se vio obligado a refugiarse en el puerto de Montevideo, debido a las malas condiciones de su armamento y la escasez de suministros.

El capitán del Graf Spee, Hans Langsdorff, temía que fuera atacado en el puerto o que los británicos enviaran refuerzos, por lo que decidió hundir su propio barco el 17 de diciembre de 1939 para evitar que cayera en manos enemigas. Después de esto, Langsdorff se suicidó. El hundimiento marcó un hito en la guerra naval y es conocido como uno de los episodios más dramáticos de la batalla naval en el Atlántico.

El águila de bronce del Admiral Graf Spee es una de las piezas más emblemáticas recuperadas del acorazado de bolsillo alemán. Esta figura formaba parte de la proa del buque y representaba un águila imperial sosteniendo una esvástica, un símbolo característico de la Alemania nazi. Durante décadas, el naufragio del Graf Spee permaneció sumergido en aguas del Río de la Plata, hasta que en 2006 una expedición privada liderada por el empresario uruguayo Alfredo Etchegaray logró recuperar el gran águila de bronce de casi 2 metros de altura y 350 kg de peso. Esta recuperación generó un intenso debate sobre el destino del objeto, ya que algunos lo consideran un valioso testimonio histórico, mientras que otros lo ven como un símbolo nazi que no debería exhibirse públicamente.

A lo largo de los años, Etchegaray ha intentado abrir el diálogo con distintos gobiernos. «Esto no tiene que ver con colores políticos», insiste. «El presidente Lacalle intentó resolverlo, pero falta valentía para tomar decisiones. La política uruguaya tiene miedo a equivocarse, cuando en realidad podría haber un gran proyecto cultural, educativo, hasta turístico. Podría ser un museo itinerante con una réplica del águila, que cuente la historia del Graf Spee, del Holocausto, del contexto mundial de los años 30 y 40, que incluya imágenes de Montevideo y Punta del Este de la época y conferencias con expertos. Se puede hacer. Solo hay que animarse».

Crédito Pablo Kreimbuhl

Etchegaray no esconde su frustración con la burocracia uruguaya. «El Estado maneja tiempo ajeno y dinero ajeno. Y eso lo vuelve lento, ineficiente», dice. «Tendría que ser al revés: deberíamos tener la mejor educación del mundo, una administración ágil y creativa, y convertir al Río de la Plata en una zona de oportunidades». Si bien ha sido convocado por distintos partidos políticos, asegura que su motivación nunca fue partidaria. «Soy idealista, y eso no funciona en la política. El sistema está armado para que tengas que ceder a intereses. Yo sigo trabajando desde otro lugar».

La historia del Graf Spee, con sus espías, sus misterios y sus muertos, podría dar para varios documentales –y de hecho, ya hay algunos en camino–. Pero para Etchegaray, más allá de la pieza rescatada, está en juego algo más profundo: «No se trata solo de justicia para mí –dice–. Es una oportunidad para que Uruguay dé una señal de madurez, de respeto y de creatividad. De esas que marcan un antes y un después».

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